Por Jorge Sáinz de Baranda
MÁS ARTÍCULOS DEL AUTOR
Ya les he contado muchas veces lo que agradezco que amigos, conocidos, e incluso anónimos, me manden noticias de temas tributarios para lograr sacar adelante mi escasa inspiración. Esta vez ha sido mi amigo, casi “hermano”, Estanislao Planas Stampa, uno de los mejores odontólogos que conozco -con apellido de jurista insigne-, quien me llama la atención sobre la “tasa Amazon” que se está preparando.
Nuestros refranes, como auténticas muestras de sabiduría popular caracterizadas por su brevedad, abundan en nuestro hablar diario. Y uno de ellos, que me va a servir para introducir el tema de este artículo, es «el que parte y reparte, se queda con la mejor parte», aunque ya verán que al final los tiros van por otro lado -normalmente con Hacienda, por la culata-.
El pasado jueves la ministra del ramo recibió el “Libro Blanco para la Reforma del Sistema Tributario”, 800 páginas elaboradas por un comité de expertos constituido hace casi un año, y que recoge sus sugerencias en materia de fiscalidad. Todo ello con el supuesto objetivo de modernizar el sistema tributario español, y el real de encontrar el “hueco” para lograr la tributación de las actividades económicas emergentes.
Y una de las propuestas que contiene es la creación de “una tasa local por la ocupación del dominio público que se produce como consecuencia de la entrega a domicilio de paquetería”, añadiendo que “el tributo no debería recaer exclusivamente sobre el comercio por Internet, aplicándose también sobre el comercio tradicional”. El que reparte, esta vez, no se va a llevar la mejor parte.
Las tasas, como saben, no son impuestos, sino que son tributos, muchas veces de carácter municipal, cuyo hecho imponible consiste, entre otros, en la utilización privativa o el aprovechamiento especial del dominio público, de forma que para encontrar ese presupuesto de hecho que genere la exacción, se han fijado en la ocupación de la vía pública que se produce como consecuencia de las entregas a domicilio.
Vamos, que como la entrega a domicilio de cualquier producto exige que el osado empresario utilice la vía pública para llegar al consumidor -y contribuyente- final, esa ocupación -incluyendo el espacio de “carga y descarga”- debe tributar, al más puro estilo de “la calle es mía”.
Y para eso no solo se va a gravar el comercio por Internet, sino que el comité de expertos solicita que se grave también al comercio tradicional, poniendo ejemplos como Carrefour o El Corte Inglés, por no hablar de otros de menor entidad.
De esta forma, todos aquellos empresarios que entre sus servicios ofrezcan la entrega a domicilio de sus productos, algo que además se ha expandido de forma importante desde la Pandemia, deberán soportar el pago de una Tasa anual, ya que, cuando van a entregar la mercancía, utilizan las calles impunemente.
Lógicamente quedarán exentos aquellos empresarios que utilicen la tecnología del teletransporte de Star Trek, que permitía en la serie llevar materia -incluidas personas- a grandes distancias, sin usar medios de transporte físico, simplemente desintegrándolas y volviéndolas a integrar en su destino -aunque quizá pides unas témporas, y vaya Ud. a saber si lo que le llega no tiene nada que ver-.
La referencia para tan brillante idea es el caso de Barcelona, donde el Gobierno de Ada Colau, de forma similar, estudia la implantación de una tasa que grave el estacionamiento de vehículos en la vía pública en el proceso de entregas a domicilio de los operadores postales.
Como es lógico, las compañías afectadas por la posible tasa ya han anunciado que, ante su creación, se verán obligados a repercutirla al consumidor final que, en gran medida, es la clase media y trabajadora, y que al final es quien soporta en sus bolsillos todas las grandes ideas.
Aun así, no crean que los expertos no tienen donde fijarse para crear nuevos tributos. En Irlanda hubo un propuesta de fijar a los propietarios de ganado un impuesto por la emisión de gases de sus animales; en Japón se propuso imponer más carga impositiva a las personas solteras y guapas, por el supuesto mayor afecto que tienen en la sociedad; en Finlandia se intentó promover un impuesto para las personas obesas con la “justificación” de penalizar a aquellos que podían generar más gastos al sistema sanitario público; en el Reino Unido se implantó, en el siglo XVII, el impuesto a las ventanas -cuantas más tienes en casa, más rico eres y más pagas-; y el Zar Pedro el Grande en Rusia estableció un impuesto de 100 rublos por llevar barba -éste, por razones obvias, ya no me gusta tanto-.
Yo, para no ser menos, les propongo una Tasa Medioambiental cuyo hecho imponible sea “el perjuicio al dominio público por inhalar oxígeno y expulsar dióxido de carbono”, que los hay muy poco solidarios…
Artículo original publicado en el diario digital mallorcadiario.com . Léelo directamente en mallorcadiario a través de este enlace