Por Jorge Sáinz de Baranda
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Según cuentan las malas crónicas, los madrileños empezaron a llamar a la Reina Isabel II la Niña Bonita cuando cumplió los 15 años; y así, con esa expresión, fue conocido en adelante el número 15.
A pesar de ese apodo, la verdad es que pocos monarcas como Isabel II -sin mejorar el presente continuo- han suscitado tan inicial entusiasmo popular como posterior desilusión en su reinado, todo ello hasta la proclamación de la Primera República, La Gloriosa, en 1868.
Esta historia del 15 y La Niña Bonita, con mi imaginación desbordada al poder, me ha llevado a pensar que eso es lo que ha inspirado a los 130 países de la OCDE para llegar al acuerdo de reformar el sistema fiscal internacional y establecer un tipo mínimo del 15% -otra Niña Bonita- en el impuesto de sociedades a nivel global, acuerdo en el que se incluyen países tan dispares como China o Estados Unidos, y entre los que están los principales europeos como Alemania o Francia y, por supuesto, España -no sé a qué me recuerda esto… “estaban un chino, un americano, un alemán y un español, y dise…”-.
Como ven, una buena noticia que me ha ablandado el corazón en cuanto la he leído, y que hoy les cuento sin meterme con Hacienda -lo ves, querida, no lo tengo tan de piedra-.
La razón de que ahora se plantee que las sociedades paguen impuestos allí donde ejercen su actividad y no donde fijen su residencia, y que se sometan a un tipo mínimo del 15%, la dio el Secretario General de la OCDE, Mathias Cormann, al decir: «esto asegurará que las grandes empresas multinacionales paguen su parte justa de impuestos en todos lados».
Como saben, el Impuesto sobre Sociedades y los tipos aplicables han sido -y son- uno de los factores esenciales que han llevado a que determinadas multinacionales y empresas con facturaciones muy elevadas busquen establecer su residencia fiscal en países de baja tributación.
Si miramos los tipos del impuesto que grava los beneficios que las personas jurídicas obtienen a través de su actividad mercantil, podemos ver que éstos oscilan entre el 32,2% de Francia -con el porcentaje más alto-, seguida de México y Portugal -ambos con un 30%-, para luego situar a gran parte de los países en un 25% -caso de España-, quedando a la cola otros como Irlanda, con un 12,5%, Hungría con un 9% o Suiza con un 8,5%.
El problema es que esos tipos son de «hacerse trampas al solitario», ya que luego se reducen por la aplicación de deducciones y bonificaciones que los dejan por debajo del 5%.
Por tanto, la reforma se centra en dos aspectos: El primero supone que las multinacionales con ingresos superiores a 20.000 millones de euros y una rentabilidad por encima del 10% asignarán sus ingresos a las jurisdicciones -y tributarán- donde se consuman los bienes o servicios vendidos y no donde tengan su residencia fiscal.
El segundo, que las empresas que facturen más de determinada cantidad a nivel global tendrán el tipo mínimo impositivo del 15% en todas las jurisdicciones adheridas al acuerdo.
No nos engañemos, con ello no eliminaremos la actual competencia internacional a nivel fiscal -algo que venía espoleando el siempre añorado Donald Trump (o Donald Duck, que ahora no recuerdo)-, pero sí limitaremos esa «carrera impositiva a la baja» entre los diferentes países, con los perjuicios que ello ha conllevado a aquellos que sí que «hemos mantenido el tipo«.
El problema es que, como pasa en los bares a los que ahora volvemos, siempre hay alguien que se escaquea a la hora de pagar, y este acuerdo internacional no ha sido firmado por algunos miembros de la OCDE como Irlanda, Hungría, Estonia y Chipre, precisamente los paradigmas del impulso de políticas de baja fiscalidad para atraer a grandes empresas a su territorio.
Una reducción de tipos, igualándolo en todos los países, les aseguro que conllevará mayores ingresos y un reparto más equitativo, aunque les recuerdo que el 15 es un número con muchos significados. Así, los judíos lo consideran el número benéfico por excelencia; para los cristianos representaba la multiplicación del tres -la santísima trinidad-, por el cinco -lo humano-; en el Tarot está asociado a la fatalidad; y para la Cábala es presagio del genio del mal.
Yo, de momento, y a la espera de ver cómo se desarrolla todo esto, me quedo con la Niña Bonita y con la canción que cantaban los piratas en “La isla del Tesoro” (Robert Louis Stevenson), “15 hombres sobre el cofre del muerto… Ron, ron, ron, la botella de ron»… Y ya veremos qué pasa!
Artículo original publicado en el diario digital mallorcadiario.com